domingo, 28 de diciembre de 2014

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Unos se van y otros se quedan.

Él no tuvo suerte.

En tercero de primaria me dio clase el peor profesor que había tenido en mi vida. Era de los que siempre nos castigaban a todos por culpa de unos pocos. Seguramente los callos de mis dedos comenzaron por aquel entonces. Su frase favorita, o nuestra peor pesadilla: "No debo hablar en clase".
Normalmente, teníamos el mismo profesor durante todo el ciclo. Sin embargo, llegué a cuarto y me encontré con una mujer que no había visto nunca: una profesora nueva que iba a sustituirlo. Nos contaron que le había dado un infarto a mi anterior profesor, y que estaba en el hospital.
Poco después me dijo mi abuelita que había pedido que tuviese un resfriado o algo así, algo pequeño pero suficiente como para que no nos diese clase.
Ese año, por lo que yo recuerdo, estuvo bastante bien. La profesora era muy cariñosa, diferente a los que había tenido anteriormente, y además nos motivaba.
En quinto volvió el profesor, a pesar de que teóricamente ya no nos tocaba dar clase con él. Y diría que no fue mucho mejor que antes.

Creo que no ha de ser muy agradable para los médicos, enfermeros y demás escuchar frases del tipo "gracias a Dios" después del duro trabajo que acaban de hacer para salvar a una persona.

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